(Fotografía análoga de Francisco J. Moreno)
Contenta con tener mi sala de yoga, con este espacio sencillo para compartir esas vibraciones hermosas de paz, de silencio, de no-yo que andan por ahí y podemos “capturarlas”, sintonizarnos con ellas. Un espacio pequeño y acogedor para juntarnos y calmarnos, desconectarnos del mundo tan activo, tenso y a veces tóxico, para entrar en dimensiones de quietud, dulzura y gozo.
Siempre he sido extraña, no integrada a los (anti)valores y costumbres del mundo de hoy, siempre atraída por lo sutil, lo delicado, lo no-material, lo misterioso que causa todo lo que vemos. Durante mucho tiempo me sentí inadecuada, demasiado anormal, pero con el Yoga poco a poco fui descubriendo que esa sensibilidad tenía sentido, que tenía un valor en medio de este mundo enloquecido por el dinero, el ego y la materialidad. Descubrí que ha habido maestros y tradiciones que valoran y profundizan en esos caminos de espiritualidad, humildad y serenidad.
Hoy puedo acompañar a otros que quieren entrar en esos caminos, puedo ofrecerles un espacio, un momento, unas prácticas, una experiencia que pueden liberarnos de mucho sufrimiento innecesario.
Mi sala es un sueño largamente guardado, poder aquí mismo, en mi casa, en mi barrio, sin tener que moverme en algún vehículo contaminante, compartir esta maravillosa enseñanza de paz y de equilibrio con mis vecinos y con todos quienes tienen esa intuición de que hay algo más de lo que nos han enseñado sobre la vida y el sentido de ella.

Comentarios

Entradas populares