Reivindicando la Tranquilidad

Conduzco por mi ciudad y me encuentro con conductores apurados, todos urgidos, desesperados. ¡Pareciera que todos están sumamente atrasados o con una urgencia vital! 

Realmente están muy tensos, se nota que no lo están pasando nada bien con ese nivel de estrés. Lo lamento por ellos. 

ph: Radha Ruth
Pero el tema no queda ahí, a estos choferes se les esfuma toda la cordialidad, educación y sensatez con ese apremio: agreden, pasan a llevar, actúan de modo imprudente y peligroso: se ponen en riesgo a ellos y a los demás. 

El asunto es que la mayoría de esos conductores acelerados no van siquiera atrasados a su destino o con un problema de vida o muerte. Simplemente es el “modo normal” en que se mueven en sus vehículos e incluso al caminar. 

Se ha instalado una actitud de rapidez al desplazarse sin importar si realmente hay motivo para esa urgencia, como si la vida fuera un apuro y una tensión constante. ¡Qué manera más infeliz de vivir la vida! 

Mis conciudadanos han asimilado el andar apurado como el único modo posible de ir de un lugar a otro, llegando incluso a considerar equivocados, inadecuados e irritantes a quienes disfrutan de un modo tranquilo de moverse y vivir. 

Este aceleramiento nervioso e irritable es dañino y peligroso. Perjudicial para la salud de quien lo experimenta, para sus relaciones interpersonales, para su armonía y bienestar. Peligroso para su propia integridad física y la de los demás conductores, acompañantes y peatones. Cualquier imprevisto, cualquier accidente a alta velocidad causa mucha más destrucción que uno a velocidad moderada, y finalmente causa un atochamiento que retrasa a todos mucho más. 

Por ello, reivindico el derecho a la tranquilidad, a la lentitud, a la calma, a la sonrisa al conducir y desplazarse, al disfrute y sencillez. Reivindico la calma como el modo natural de vivir y ser de los seres humanos: caminando, respirando, mirando, observando, sintiendo los olores, escuchando los sonidos, siendo amables con los que se cruzan, agradeciendo por cada hojita, cada nube, cada melodía, cada niño que podemos percibir. 

La vida y el gozo es ahora, dentro nuestro, no afuera, no después, no en el mañana, sino en este preciso momento; cada agradecimiento, cada amabilidad, cada serenidad nos acercan a ese núcleo de gozo y plenitud que somos.


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