Yoga en Sanación de Adicciones, Un Cambio de Paradigma


Hace 18 años hago clases en un centro de rehabilitación de adicciones, una comunidad terapéutica donde las personas se internan para superar su dependencia a alguna sustancia.
En todo este tiempo han pasado muchas cosas con las clases, al comienzo era difícil y me frustraba porque esos alumnos no mostraban el interés ni actitud que yo esperaba. Luego tuve que ir comprendiendo esa realidad, a esas  personas, y adaptando mis expectativas mi actitud y mi comportamiento. 
Poco a poco el espacio de la clase se fue volviendo un momento maravilloso para todos. Un momento que realmente esperamos y gozamos (a pesar del tremendo trayecto que tengo que recorrer para llegar allá). Es un espacio que nos nutre, nos recarga, nos baña con esa energía de paz, de silencio, de armonía y de bienestar que tanto necesitamos.
En todo este tiempo me he ido dando cuenta de qué es lo que necesitan, qué es lo que hemos de hacer para que la clase sea un aporte a su bienestar, sanación, auto conocimiento, inspiración, confianza, a sus relaciones interpersonales y a su aquietamiento.
Las claves que se han hecho evidentes son: apuntar al aquietamiento y armonización,  y la conversación sobre temas psicológicos, espirituales y filosóficos. Curiosamente no son asanas ni técnicas sino algo más blando e intangible.
Los y las residentes de la comunidad se muestran  ávidos por una  mirada que les dé comprensión de lo que les sucede y que les dé esperanza en que se puede vivir de otro modo. La esperanza viene de mirar la vida, a uno mismo, a la mente, de un modo distinto, más lúcido, más yóguico. El Yoga nos enseña a descubrir una esencia que está más allá de la mente y del ego, y que es capaz de dirigir la vida de un modo mucho más consciente y equilibrado. Por ello las conversaciones que tenemos son importantes para ellos, son clarificadoras e inspiradoras para realizar cambios de miradas, actitudes y de actos. Después de todo, cada acción viene de una visión de las cosas.
Es notable el interés que muestran en estas conversaciones que están basadas en la síntesis de mi experiencia personal enfrentándome a mi mente, a la ansiedad, la inseguridad, la angustia, el dolor, la soledad, el apego; mi práctica yóguica (especialmente la meditación) y el estudio de textos espirituales, del yoga, el budismo zen y otras tradiciones.
Hay que comprender que el ejercicio físico por sí solo no aporta esta dimensión de sentido de vida, de las experiencias que tenemos, que es desde donde nos paramos, actuamos, decidimos, pensamos. Lamentablemente vivimos en una cultura adictiva, una cultura que genera demasiada ansiedad en las personas, con inhumanas exigencias de sobrevivencia individual y éxito personal, con circunstancias materiales y sociales generadoras de desequilibrio, baja auto estima, sin-sentido, aislamiento, soledad, inautenticidad, abandono de los no-productivos, no-emprendedores, no-populares.

Las otras dimensiones fundamentales en la construcción de ese espacio de armonía y quietud son el desbloqueo corporal-energético suave y gentil, la consciencia corporal, la atención al presente, la relajación profunda y la meditación, además de una atmósfera de respecto, comprensión, compasión y aceptación.
El conectarse con el propio cuerpo en aceptación y cuidado aporta una enorme cuota de aceptación de uno mismo y del momento presente. Ello disminuye enormemente los niveles de ansiedad, lo cual constituye una ayuda enorme, pues desde la ansiedad todo se experimenta de modo tenso, desequilibrado, inseguro, estrecho, incómodo, egoísta, tóxico. En cambio, sin ansiedad realmente cambia la mirada de la vida, se ve todo con más confianza, más alegría, menos miedo, mejor auto estima y empatía con el otro.
El movimiento corporal suave, gentil y consciente además produce un efecto relajante, una liberación de contracción y peso, una sensación de mayor liviandad y comodidad. Este bienestar corporal “contagia” a los niveles nervioso y mental.
La atención al presente descansa de los pensamientos sobre el futuro y el pasado que nos tensan, preocupan y cargan emocionalmente.  En ocasiones la atención al presente produce una sensación de gozo.
La relajación profunda es ya casi un éxtasis para ellos de calma y bienestar. Se liberan de sus preocupaciones y emociones perturbadoras, experimentan un estado hipnagógico (intermedio entre el sueño y la vigilia) que les permite descansar de la angustia, la actividad mental incesante, el ego  siempre temeroso, y les libera aún más de tensiones corporales profundas.
La meditación es ya el grado superior de la práctica y un avance en su trabajo personal. Solo quienes ya se han calmado, quienes han avanzado en la auto percepción, en la quietud corporal pasan a esta práctica que es la reina del Yoga y de los caminos espirituales. Con la meditación  trabajamos directamente en la mente, la causa de todos sus pesares. En este tema es fundamental conversar constantemente de qué se trata, las instrucciones, los obstáculos, etc. y motivarlos a que sigan practicando fuera de las sesiones.
Con la meditación alcanzan grados más sutiles de relajación, de consciencia, y la capacidad para distanciarse de los pensamientos, lo cual es una herramienta potente en la construcción de un vivir más tranquilo, menos impulsivo, menos atrapados en nuestras mentes.
El ambiente de respeto, comprensivo, no-exigente, de “suavidad” relacional, es importante para que ellos se sientan bien, se sientan vistos, aceptados, y así ellos mismos puedan aceptarse y respetarse un poco más. Recordemos que la baja autoestima es un elemento relevante en la caída en la adicción.

Finalmente, en este ámbito del yoga para personas en rehabilitación tuve que ir dejando el paradigma racionalista-positivista (cientificista), pues aquí juegan aspectos sutiles, no visibles, no temporales ni espaciales, que influyen en el resultado de bienestar, calma y gozo que ellos (y yo) experimentamos. Por ejemplo, tuve que dejar de planificar las clases, para abrirme a lo que en cada sesión se necesitara, es algo que se capta desde la intuición, desde esa apertura a “algo” que no soy yo, que “se siente” y que no debe ser obstaculizado por los propios pensamientos, por la mente pensante que cree que sabe mucho.
Se trata de una atmósfera, un campo de energía, en el que entramos todos. Cada uno, con su propia vibración aporta a que la vibración total de ese campo sea de armonía, suavidad, silencio y quietud. Por ello es tan importante la relación de paz entre el profesor y ellos, no una relación de autoridad impositiva y tensa, sino una relación de invitación, de comprendernos, de aceptarnos.
El objetivo es que podamos entrar a ese campo, las técnicas llegan solas en el momento y no son lo principal, a veces casi no hacemos práctica física pues hay algunos enfermos, con lesiones, pero eso no es obstáculo para que hagamos un yoga muy potente en el sentido de la interiorización, la sutilización de la percepción, la conexión con un espacio de suavidad, acogida, pureza y luminosidad.
Los silencios también son importantes, así como dejar en pausa a la mente que quiere hacer ciertas cosas, que quiere darse importancia, que cree tener conocimientos para hacer las cosas bien. Que el profesor  de yoga abandone su autoimportancia individual, se abra a la consciencia más amplia y permita que ella actúe (a través de uno) es un elemento clave en la generación de estos espacios tan positivos para los que están de alumnos y para quien lo está facilitando.
En resumen, el “éxito” en estas clases de yoga para sanación de adicciones no está en tal o cual técnica, no está en el conocimiento anatómico o biomecánico,  ni en una planificación racional y controladora, está en el silencio, está en la armonía, está en el respeto, está en el abrirse, en permitir lo sutil …



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