Quiero escribir sobre lo mágico, inusual, hermoso y profundo de hacer clases de yoga en la Comunidad Terapéutica, a personas internas en un proceso de rehabilitación.
Maravilloso entrar en conjunto en un espacio de calma, quietud y silencio.
Profundo ir accediendo a una frecuencia de suave intemporalidad. Alejados del “mundo normal” en el que inevitablemente sufrimos.
Alejados de la competencia, la avaricia, la exigencia, la vanidad. Apartados de frenesí vacío de sustento real.
Una clase de Yoga en la que la magia de la pausa y la atención es la guía y el regalo.
No hay exigencia, no hay esfuerzo, no hay logro, solo calmarse, despojarse de todo, incluso del yo.
Un compartir el silencio, la apertura, la quietud …
¿Cómo no aspirar a ello? ¿cómo perder la oportunidad dándole espacio a la mente, al ego, a la ilusión?
La mente tiene conocimientos, tiene argumentos, cree que sabe mucho. Sin embargo, el cuerpo o algo indefinible sabe mejor qué hacer, de qué modo y cuándo callar, dejar espacio al vacío.
Así, a veces, se da el regalo, llega, cae sobre nosotros la espaciosidad natural de la libertad sin límites. La paz que supera toda comprensión.
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